El día que me llamó por teléfono Justo Gallego yo estaba en la iglesia de san Antón. Escuché su voz animada, ilusionada por hablar conmigo, pero nunca imaginé que me llamaría para darme una noticia como esta: quería que arreglásemos los papeles necesarios para que Mensajeros de la Paz se hiciera cargo de su catedral.
… “esta catedral sólo se ha hecho con lo que no quería la gente y yo lo he transformado”.
Justo Gallego.
Hace casi siete años que el cardenal Carlos Osoro, me llamó también para decirme que ponía a nuestra disposición esta querida iglesia de San Antón para que hiciera con ella lo que estimase oportuno para atender a los pobres, la verdadera carne de Cristo. Yo tenía ese sueño desde hacía muchos años: una iglesia que estuviera abierta las 24 horas del día, que fuese un oasis de oración, de recogimiento y también de ayuda a todas las personas que se seintieran solas, abandonadas, descartadas por el sistema. Personas que vivían en la calle, familias en grave situación de pobreza, personas solas, personas abrumadas por la muerte de seres queridos, o por enfermedades. Pude cumplir aquel sueño y disfrutar de una iglesia que atendía a la verdadera carne de Cristo. De hecho el cardenal vino a inaugurar la Puerta Santa de los Sintecho, al poco tiempo de reabrir esta preciosa y bendita iglesia de san Antón.
Durante los minutos que estuve hablando con este hombre, con Justo Gallego, me conmoví. Me comentó que estaba decidido a dejar su obra en manos de alguien que comprendiera cuál era su significado; en alguien que se comprometiera a prolongar su proyecto porque sabía que ya no le quedaba mucho tiempo. Justo tenía 95 años cuando me llamó y el día en que puse el pie por primera vez en sus habitaciones, me conmoví profundamente, mucho más que la primera vez que escuché su voz fuerte, enérgica y decidida.
En aquella habitación, dentro de la catedral, situada en uno de los laterales, solo había un catre sustentado por ladrillos. El frío entraba por cada rendija pero a Justo parecía importarle poco. Llevaba 60 años trabajando incansablemente para alabar a Dios. Era un hombre enjuto, con una mirada profunda que apenas podía hablar de otra cosa que no fuera su fe inquebrantable, el peso que debía tener la cubierta de su gran cúpula o los remates de cada estancia de esta catedral. “Yo no quiero ladrillos nuevos”, me contaba “esta catedral sólo se ha hecho con lo que no quería la gente y yo lo he transformado”. Todos estos pensamientos me hicieron reflexionar a mí también y enseguida le encontré, no solo el paralelismo con san Antón, sino con la verdadera Iglesia de Jesús. Jesús quería a los pecadores, a los alejados, a los pobres, a todos los que en realidad semejan materiales imperfectos, como los empleados en la catedral de Justo.
No sólo representa un honor para mí que Justo haya elegido a Mensajeros de la Paz para llevar a buen término su proyecto, representa, ante todo, una nueva misión. Crear un espacio en el que quepan todos, sin mirar creencias, clase social, nacionalidades o formación. Todos son y serán bienvenidos porque esta Catedral de la Fe será una nueva casa para todo aquel que quiera encontrar un refugio.