El rincón de Mamá Margarita y de Santísima Covadonga, el rincón del Papa Francisco y del Cardenal Tarancón.
Justo Gallego fue un hombre de convicciones muy religiosas y decidió dedicar su vida entera a un proyecto que le tuviera en contacto permanente con la divinidad. Llevaba una vida modesta y frugal: se levantaba antes del amanecer, comía poco, era vegetariano, oraba y leía las Escrituras con asiduidad y se dedicaba en cuerpo y alma al trabajo que él mismo se había encomendado. Apenas poseía bienes materiales y prácticamente todo cuanto tuvo lo empleó en levantar este gran edificio. Incluso adoptó un hábito particular por el que siempre será recordado: un mono de trabajo y un gorro rojo con el que protegerse del frío y una bufanda roja, como el Padre Ángel.
Su tiempo lo dedicó al trabajo en el edificio y a la oración, aunque nunca los consideró como dos acciones diferentes o separadas entre sí. Justo señalaba que esta construcción había sido levantada “buscando la aspiración divina”: un acto de oración y meditación. Los espacios o los elementos que eligió para decorarlos también respondieron a una forma de vivir y entender la fe completamente personal.
El rincón de la Santina de Covadonga y Mama Margarita, madre de San Juan Bosco, es un buen ejemplo de ello. Este pequeño espacio se configura como un lugar de meditación bañado por la luz de las vidrieras y bajo la atenta mirada de las imágenes de la Virgen, Cristo y de todos los apóstoles.
Otro de esos espacios de carácter más íntimo lo encontramos en el rincón del Papa Francisco y del Cardenal Tarancón, con el que en Oviedo nació Mensajeros de la Paz. Vicente Enrique y Tarancón fue un cardenal que tuvo un papel clave y conciliador en las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante la Transición española. La admiración que el Padre Ángel sintió por el Cardenal, así como la que profesa al Papa Francisco, por el apoyo que da a Mensajeros de la Paz, recibiendo a las personas más vulnerables de la Iglesia de San Antón, le impulsó a dedicarles esta estancia.
Pocos meses antes de su muerte, Justo Gallego y el Padre Ángel llegaron a un acuerdo por el cual, Justo legaba el edificio a Mensajeros de la Paz con el deseo de que terminara las obras, sin modificar su esencia, y lo convirtiera en un lugar de encuentro para todas las personas.